Ya desde Singapur olÃa a opio…
Quise saber. Entré…
Nadie hablaba, nadie reÃa...
Creà que fumaban en silencio…
Era el opio la flor de la pereza,
el goce inmóvil…
La pura actividad sin movimiento.
Todo era puro o parecÃa puro,
todo en aceite resbalaba
hasta llegar a ser solo existencia
no ardÃa nada, ni lloraba nadie,
no habÃa espacio para los tormentos
y no habÃa carbón para la cólera.
Miré: pobres caÃdos, peones…
Perros de calle, pobres maltratados.
AquÃ, después de heridos, después de ser no seres sino pies,
después de no ser hombres sino brutos de carga,
después de andar y andar y sudar y sudar y sudar sangre
y ya no tener alma, aquà estaban ahora, solitarios, tendidos…
Los yacentes por fin…
Cada uno con hambre habÃa comprado
un obscuro derecho a la delicia
y bajo la corola de letargo,
sueño o mentira, dicha o muerte,
estaba por fin en el reposo que busca toda alma.
Respetados, por fin, en una estrella.
PABLO NERUDA
(Fragmento de la poesÃa
EL OPIO EN EL ESTE)