El arte nace como copia. Como intento de reproducir una creación (humana o natural) ya existente, ante la cual sentimos cierta admiración.
Se podrÃa decir que éste es el origen último de cualquier obra de arte. Asà surgieron las primeras pinturas rupestres, y asà es como un niño empieza a dibujar a su padre, su madre, el perro, la casa, las nubes y los pájaros.
El primer libro que escribà lo hice con doce años. Fue el último año de colegio.
Mi hermano, un año mayor que yo, ya iba al instituto, y por las tardes, siempre estaba haciendo deberes. Recuerdo que pasaba horas con Dibujo Técnico, y yo, que hasta entonces habÃa jugado siempre con mi hermano, me quedé de pronto solo.
Recuerdo que me sentÃa abandonado.
Toda la vida habÃamos estado jugando juntos y de pronto, de un dÃa para otro, dejó de tener tiempo.
Sin proponérmelo (hoy en dÃa me sigue sorprendiéndome por qué lo hice), un buen dÃa, yo también dejé de jugar, y en vez de eso, me puse a escribir lo que me hubiera gustado estar jugando.
Me inventé una historia.
Todos los dÃas la continuaba un poco más. Sobre la marcha. Sin plan establecido. LeÃa la página anterior y continuaba la historia un poco más.
Un dÃa decidà que la historia se habÃa acabado y me puse a pasarla a limpio. En Din-A4 por las dos caras. A mano (no tenia ordenador entonces). También dibujé la portada. Y le realicé una encuadernación casera.
Hoy en dÃa sigo teniendo ese “libro” fatal redactado, con faltas de ortografÃa, pero realizado con la mayor ilusión de mundo.
Muchas veces he pensado en ponerme a escribir de nuevo. Pero nunca he dado con una historia que realmente crea que deba ser contada, que crea que puede interesar a alguien.
Hoy sin embargo me he dado cuenta de un detalle. Que lo que engancha en realidad no es tanto la historia en si, como los personajes.
Quizás no debiera pensar tanto en una historia como en un personaje. Y ver qué le sucede. Como el libro que escribà de pequeño. Dejar que fluya un poco la historia. No querer contar algo predeterminado de antemano. Simplemente ponerme a escribir y disfrutar mientras lo hago.
Quizás lo que debiera hacer es jugar a escribir un libro y no pretender escribir un libro.
Se podrÃa decir que éste es el origen último de cualquier obra de arte. Asà surgieron las primeras pinturas rupestres, y asà es como un niño empieza a dibujar a su padre, su madre, el perro, la casa, las nubes y los pájaros.
El primer libro que escribà lo hice con doce años. Fue el último año de colegio.
Mi hermano, un año mayor que yo, ya iba al instituto, y por las tardes, siempre estaba haciendo deberes. Recuerdo que pasaba horas con Dibujo Técnico, y yo, que hasta entonces habÃa jugado siempre con mi hermano, me quedé de pronto solo.
Recuerdo que me sentÃa abandonado.
Toda la vida habÃamos estado jugando juntos y de pronto, de un dÃa para otro, dejó de tener tiempo.
Sin proponérmelo (hoy en dÃa me sigue sorprendiéndome por qué lo hice), un buen dÃa, yo también dejé de jugar, y en vez de eso, me puse a escribir lo que me hubiera gustado estar jugando.
Me inventé una historia.
Todos los dÃas la continuaba un poco más. Sobre la marcha. Sin plan establecido. LeÃa la página anterior y continuaba la historia un poco más.
Un dÃa decidà que la historia se habÃa acabado y me puse a pasarla a limpio. En Din-A4 por las dos caras. A mano (no tenia ordenador entonces). También dibujé la portada. Y le realicé una encuadernación casera.
Hoy en dÃa sigo teniendo ese “libro” fatal redactado, con faltas de ortografÃa, pero realizado con la mayor ilusión de mundo.
Muchas veces he pensado en ponerme a escribir de nuevo. Pero nunca he dado con una historia que realmente crea que deba ser contada, que crea que puede interesar a alguien.
Hoy sin embargo me he dado cuenta de un detalle. Que lo que engancha en realidad no es tanto la historia en si, como los personajes.
Quizás no debiera pensar tanto en una historia como en un personaje. Y ver qué le sucede. Como el libro que escribà de pequeño. Dejar que fluya un poco la historia. No querer contar algo predeterminado de antemano. Simplemente ponerme a escribir y disfrutar mientras lo hago.
Quizás lo que debiera hacer es jugar a escribir un libro y no pretender escribir un libro.